jueves, 9 de octubre de 2014

Comunidades imaginadas

Los hermanos Anderson (Benedict y Perry) son dos intelectuales británicos, especialistas en distintas disciplinas que cabría incluir dentro de la rúbrica "Ciencias Sociales" (historia, sociología, antropología etc). Ambos, en mayor o menor medida son, como el dios de los intelectuales manda, de formación marxista y oh¡ casualidad han estudiado, en profundidad, esa casquería intelectual -con perdón de los callos a la madrilena de Lhardy- que se conoce como nacionalismo.
Pues bien, andaba yo buscando "material" para una "entrada" sobre la estrategia (sic) rajoyana sobre nacionalismos varios cuando he recordado uno de mi textos de cabecera sobre la materia, "Comunidades imaginadas" del bueno de Benedict y como no se trataba de "picar" algunos jugosos fragmentos de la obra y reproducirlos aquí me he zambullido en la "Red" y he encontrado este sabroso pedazo de la Introducción. Disfrutad queridos.



Comunidades imaginadas
Benedict Anderson
 
Parece conveniente que consideremos brevemente el concepto de “nación” y obtengamos una definición operativa. Los teóricos del nacionalismo se han sentido a menudo desconcertados, por no decir irritados, ante estas tres paradojas: 1) La modernidad objetiva de las naciones a la vista del historiador, frente a su antigüedad subjetiva a la vista de los nacionalistas. 2) La universalidad formal de la nacionalidad como concepto sociocultural -en el mundo moderno, todos tienen y deben “tener” una nacionalidad, así como tienen un sexo-, frente a la particularidad irremediable de sus manifestaciones concretas, de modo que, por definición, la nacionalidad “griega” es sui géneris. 3) El poder “político” de los nacionalismos, frente a su pobreza y aun incoherencia filosófica. En otras palabras, al revés de lo que ocurre con la mayoría de los “ismos”, el nacionalismo no ha producido jamás sus propios grandes pensadores: no hay por él un Hobbes, ni un Tocqueville, ni un Marx o un Weber. Esta “vaciedad “ produce fácilmente cierta condescendencia entre los intelectuales cosmopolitas y multilingües. Como Gertrude Stein frente a Oakland, podemos concluir rápidamente que “there's no there there”. Resulta característico el hecho de que incluso un estudioso tan simpatizante del nacionalismo como Tom Nairn pueda escribir que el “nacionalismo” es la patología de la historia moderna del desarrollo, tan inevitable como la “neurosis” en el individuo, con la misma ambigüedad esencial que ésta, una capacidad semejante intrínseca para llevar a la demencia, arraigada en los dilemas de la impotencia que afectan a la mayor parte del mundo (el equivalente del infantilismo para las sociedades), y en gran medida incurable. Parte de la dificultad es que tendemos inconscientemente a personificar la existencia del Nacionalismo con N mayúscula -como si escribiéramos Edad con una E mayúscula-, y a clasificarla luego como una ideología. (Adviértase que si todos tienen una edad, la Edad es sólo una expresión analítica.) Me parece que se facilitarían las cosas si tratáramos el nacionalismo en la misma categoría que el “parentesco” y la “religión”, no en la del “liberalismo” o el “fascismo”.
 
 


Así pues, con un espíritu antropológico propongo la definición siguiente de lanación: una comunidad política imaginada como inherentemente limitada y soberana. Es imaginada porque aun los miembros de la nación más pequeña no conocerán jamás a la mayoría de sus compatriotas, no los verán ni oirán siquiera hablar de ellos, pero en la mente de cada uno vive la imagen de su comunión. Renan se refirió a esta imagen, en su estilo afablemente ambiguo, cuando escribió: “Ahora bien, la esencia de una nación está en que todos los individuos tengan mucho en común y también que todos hayan olvidado muchas cosas.”  Con cierta ferocidad, Gellner hace una observación semejante cuando sostiene que el “nacionalismo no es el despertar de las naciones a la autoconciencia: inventa naciones donde no existen”.  Sin embargo, lo malo de esta formulación es que Gellner está tan ansioso por demostrar que el nacionalismo se disfraza con falsas pretensiones que equipara la “invención” a la “fabricación” y la “falsedad”, antes que a la “imaginación” y la “creación”. En esta forma, da a entender que existen comunidades “verdaderas” que pueden yuxtaponerse con ventaja a las naciones. De hecho, todas las comunidades mayores que las aldeas primordiales de contacto directo (y quizá incluso éstas) son imaginadas. Las comunidades no deben distinguirse por su falsedad o legitimidad, sino por el estilo con el que son imaginadas. Los aldeanos javaneses han sabido siempre que están conectados con personas que jamás han visto, pero esos lazos fueron imaginados alguna vez de manera particularísima, como redes infinitamente extensas de parentesco y clientela. Hasta hace muy poco tiempo, el idioma javanés no tenía ninguna palabra que significara la abstracción “sociedad”. Ahora podemos pensar en la aristocracia francesa del ancien régime como una clase; pero es seguro que sólo mucho tiempo después fue imaginada como tal. La respuesta normal a esta pregunta: “¿Quién es el conde de X?” no habría sido “un miembro de la aristocracia”, sino “el señor de X”, “el tío del barón de Y”, o “un cliente del duque de Z”.
La nación se imagina limitada porque incluso la mayor de ellas, que alberga tal vez a mil millones de seres humanos vivos, tiene fronteras finitas, aunque elásticas, más allá de las cuales se encuentran otras naciones. Ninguna nación se imagina con las dimensiones de la humanidad. Los nacionalistas más mesiánicos no sueñan con que habrá un día en que todos los miembros de la humanidad se unirán a su nación, como en ciertas épocas pudieron pensar los cristianos, por ejemplo, en un planeta enteramente cristiano.
 

Se imagina soberana porque el concepto nación en una época en que la Ilustración y la Revolución estaban destruyendo la legitimidad del reino dinástico jerárquico, divinamente ordenado. Habiendo llegado a la madurez en una etapa de la historia humana en la que incluso los más devotos fieles de cualquier religión universal afrontaban sin poder evitarlo el pluralismo vivo de tales religiones, las naciones sueñan con ser libres y con serlo directamente en el reinado de Dios. La garantía y el emblema de esta libertad es el Estado soberano.
Por último, se imagina como comunidad porque, independientemente de la desigualdad y la explotación que en efecto puedan prevalecer en cada caso, la nación se concibe siempre como un compañerismo profundo, horizontal. En última instancia, es esta fraternidad la que ha permitido, durante los últimos dos siglos, que tantos millones de personas maten y, sobre todo, estén dispuestas a morir por imaginaciones tan limitadas.
Estas muertes nos ponen súbitamente frente al problema central planteado por el nacionalismo: ¿Qué hace que las imágenes contrahechas de la historia reciente (escasamente más de dos siglos) generen sacrificios tan colosales? Creo que el principio de una respuesta se encuentra en las raíces culturales del nacionalismo.
 

Fuente original: Anderson, Benedict. Comunidades imaginadas: Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo. Trad. Eduardo L. Suárez. México: Fondo de Cultura Económica, 2006."
 
El "jodio" este la clava. En realidad es bastante fácil: la clave se llama Cultura, capacidad intelectual crítica y conciencia de no querer comulgar ni con ruedas de molino ni  con hostias, tanto normales como consagradas.
 
 

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