viernes, 21 de marzo de 2014

Faustinin II

Me quedé anoche haciendo mención a los pectorales de Rocio, pectorales que según el fedatario desafiaban a la ley de la gravedad como pudo comprobar en la playa de la localidad el verano anterior a que se celebrara el matrimonio de nuestra bella con el leonés experto en inmatriculaciones.
La fiesta posterior al casamiento fue "por to lo alto". Rocio lucía en todo en todo su esplendor e incluso el soso del Bernesga parecía sonreír. Concluida la celebración los novios, como era de rigor, iniciaron su viaje de "luna de miel" a Mallorca como por aquél entonces era preceptivo. Se cuenta que durante la fiesta de marras la única hermana de Rocio, Lola, permaneció con el gesto adusto, avinagrado, acreditando su desagrado con la boda de su hermana y es que, según contó a algunas amigas íntimas, el anterior verano hizo "la prueba del botijo" a su futuro cuñado y lo que vio o, mejor dicho, no vio, la sumió en pesadumbre.
Regresó el matrimonio del viaje y el aspecto de ambos era algo macilento pero los amigos  y familiares achacaron el semblante de los "novios" a las más que probables y numerosas batallas en los campos de lana. (Eso del colchón Flex, llegó más tarde).

Pasaron algunos meses y la pobre Rocio parecía La Lirio de la canción (...LA LIRIO, LA LIRIO TIENE, 
TIENE UNA PENA LA LIRIO/ Y SE LA HAN PUESTO LAS SIENES/MORAITAS DE MARTIRIO..) había disminuido sensiblemente el  poderío en los andares,  su tersa piel recordaba a muchas de las paisanas de Ibarretxe  e incluso, sostenía el escribano, sus pechos habían perdido horizontalidad.  Cuando era interrogada al respecto daba excusas difícilmente creibles.  Un buen día narró sus cuitas a Lola quien tuvo la prudencia de no hacer como muchas féminas, decir eso de "Ya te lo había dicho yo". Lola,  un encanto. Total que Rocio se lió la manta a la cabeza acudió a ver a sus padres y les informó de su deseo de separarse "de hecho" del leonés. El padre quiso saber las causas que fundamentaban tan drástica decisión y Rocio le contestó con un simple y hermoso al mismo tiempo "No soy feliz". El padre, como hombre que era no se enteraba de nada y fue la madre la que cortó el interrogatorio con un "Arturo, deja a la niña, ella sabe lo que hace". (Obvio resulta señalar que no fue el último Arturo que "no se estera de nada").
Los padres de Rocio  cedieron a ésta el uso y disfrute (ya era hora de que la pobre niña disfrutara de algo) de una vivienda que poseían en el extrarradio de la ciudad y allí se instaló nuestra todavía doncella. El paisano de Ordoño II -del que seguro que no había heredado el ardor guerrero- no puso reparo alguno e inició los trámites para obtener un traslado. Años  más tarde se supo que dejó esa milonga de las inmatriculaciones de fincas y regentaba un negocio familiar que se llamaba  La Ponferradina o La Astorgana, dedicado a la ropa interior, siendo su especialidad las famosas bragas de cuello vuelo o sobaqueras que usan las féminas recatadas y no como otras, locas ellas, que cubren -es un decir- sus partes pudendas con la mínima expresión textil, incluso cuando acuden al fisioterapeuta, que yo se lo que me digo. Se han perdido los valores que hicieron que en los dominios de España no se pusiera nunca el Sol. (Toma ya, ataque de patrioterismo facilón)..

Bueno se me ha hecho tarde y tengo que calentar el bote de fabada Litoral (¡¡Amedo, Amedo, ¿que ha sido de ti?) que me han dado en Caritas junto a un yoghourt marca Cañete, obviamente caducado. Luego sigo que ahora viene lo bueno..

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