El Rey Carlos III nombró "primer ministro" a un italiano, Leopoldo de Gregorio, Marqués de Esquilache. Dada su nacionalidad no fue bien recibido por la ciudadanía madrileña y el desagrado se convirtió el motín cuando el de Esquilache dictó un Decreto por el que regulaba las dimensiones de la capa con que cubrían su cuerpo del aire frio de Guadarrama los habitantes del Foro. Se trataba de impedir el embozo de las facciones con la capa larga para que al quedar al descubierto no se atreviran a cometer todo tipo de atropellos. El motín acabó con el exilio del Marqués.
He recordado el cébre motín con ocasión de los acuerdos que varios municipios importantes -por su número de habitantes- de Cataluña están adoptando estos días prohibiendo el "burka" o velo integral que una minoría de mujeres de religión islámica llevan. La prohibición -adoptada por mayorías significativas del Cartapacio municipal y de todo el espectro político- se limita al uso del velo en espacios públicos y municipales y la medida nos parece acertada si se consideran exclusivamente razones de seguridad. Lo que me temo es que esta prohibición sea la antesala de otra más profunda: el prohibir el velo que cubre únicamente la cabeza, por ejemplo y se pretenderá justificar la medida so pretexto de feminismo a la violeta. Me explico: es evidente que la posición de la mujer en los paises islámicos es manifiestamente mejorable, que están sometidas al varón y están educadas en ese sometimiento, una de cuyas manifestaciones es el uso del velo que les resta encanto femenino. Como todo es cuestión de grado, si aplicamos la misma lógica para las gentes de este país habrá que "liberar" a todos los ciudadanos y ciudadanas que han sido "educados" en cualquier forma de sometimiento, sea éste social, religioso, económico y político. Los comportamientos de las personas no tienen carga genética, son adquiridos en el proceso de socialización y tan sometida está la mujer que lleva velo, como la que realiza todas las tareas domésticas, cuida su imagen para gustar o acude a misa los domingos. En resumen, la liberación de las mujeres de otras culturas deberá de hacerse dentro de esas culturas, teniendo a las mujeres como protagonistas de su propio destino y no, desde luego, con recetas impuestas por gentes de otras culturas que esgrimen lo de la "integración" como si se tratara de un valor absoluto, olvidando que la emigración tiene como único origen las circunstancias económicas, mejorar sus precarias condiciones de vida, nada más. Pedirle, además, que renuncien a sus señas de identidad, a su cultura y tradiciones y adopten las del mundo occidental en el que, obviamente, junto a ventajas indudables -las contenidas en las Declaraciones de Derechos Humanos, por ejemplo- hay otras, producto de las sociedades competitivas, enajenadas, alienadas y estresantes que son dificilmente asumibles por los procedentes de otras latitudes. Atentos, la xenofobia aumentará en la misma proporción que lo haga la crisis económica.
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