domingo, 27 de julio de 2014

Los pelirrojos y el derecho a decidir

Si se me permite la licencia de hacer referencia a mis lecturas-estudios sobre la materia (?) a la que de inmediato me referiré y el uso de un expresión oximorónica debo decir, y digo, que he leído "lo que no está escrito" sobre el Nacionalismo, lo cual, en modo alguno, me convierte en un especialista sobre el asunto. Todo ello durante los 50 años. Mi dedicación al asunto empezó cuando  decidí cuestionar los contenidos de la asignatura (sic) denominada Formación del Espíritu Nacional, contenidos que empezaron a resultarme simplemente irracionales cuando los ponía en relación con textos políticos sobre liberalismo, socialdemocracia y marxismo(son perdón), obtenidos clandestinamente. La conclusión es que me convertí en un antifranquista y, en consecuencia en un antinacionalista:  El nacionalismo español, casposo él, me resultó intelectualmente patético y humanamente sangriento, genocida.
Cuando en 1964 vine a Barcelona, porque me salió de las pelotas, en mi ingenuidad, creía en el oasis de libertad que Cataluña -imaginada- suponía para muchos "progres" de Madrid y alrededores. Constaté el poder de Iglesia, de los capitalistas rapaces, de sus terminales mediáticos, de los que se aprovechaban del Régimen etc (La venida ese año de Franco a Barcelona reunió a mas gente que esa milonga de la Vía Catalana)-. Conclusión: el componente totatilario, nazifascista de los nacionalismos es cuestión de grado, de oportunidad, de circunstancia histórica. Para más detalles véanse programas de mano.
Dicho lo anterior quiero traer un fragmento de un texto-cargado de rigor e ironía- de un brillantísimo intelectual británico sobre ese dislate intelectual que hemos dado en llamar nacionalismo.
Voilá¡¡

Terry Eagleton
El nacionalismo y el caso de Irlanda

La Ilustración y sus secuelas románticas dieron lugar a dos doctrinas que se distinguen únicamente por la letra s*. La primera consistía en que el pueblo (people) tenía derecho a la autodeterminación; la segunda en que los pueblos (peoples) contaban con este derecho. La primera creencia es la piedra angular de la democracia moderna, y desde luego del socialismo; la segunda es un ejemplo de mistificación romántica, lo que no ha evitado que buena parte de la izquierda política la hiciera suya. Tampoco su fundamentación filosófica ha recibido mucha atención en la literatura común acerca nacionalismo.
No hay nada en el hecho de ser irlandés o tibetano que implique que se tenga un derecho político a la autodeterminación precisa mente por ser irlandés o tibetano, a no ser en la medida en que ser irlandés o tibetano significa ser humano, lo que permite disfrutar de un derecho a la autodeterminación sobre tales bases. Los irlandeses qua irlandeses no tienen más derecho a la autodeterminación que los pecosos, los pelirrojos o los patizambos. Hasta el momento, ni los golfistas ni los tenderos han exigido un Estado político propio, y la gente de Cornualles qua de Cornualles tendría tanta legitimidad natural para ello como los anteriores.

Puede que existan determinadas condiciones extremas –la amenaza de genocidio, por ejemplo– que justifiquen que un grupo étnico cuente con su propio Estado, pero por regla general no hay que dejarse llevar por los casos extremos. Más adelante consideraremos otras condiciones menos extremas. Puede darse el caso de que se pertenezca a una comunidad política que coincida territorialmente con un grupo étnico específico, pero el derecho de autodeterminación de dicha comunidad es una cuestión política, y no una cuestión que venga dada por la etnicidad. Una persona étnicamente escocesa no está indiscutiblemente legitimada para participar en una futura Escocia autodeterminada si ha optado por permanecer en Tasmania como residente. La gente tiene derecho a afirmar su identidad étnica pero no existe en principio ninguna razón que implique que para hacerlo necesiten formar su propio Estado. En cualquier caso, el derecho a la libre autoexpresión cultural, para que sea disfrutado igualitariamente por todos los grupos étnicos, supone en sí mismo un compromiso previo con ciertos valores universales de justicia, igualdad, autonomía y otros por el estilo. Y dicha autoexpresión cultural está limitada asimismo por los derechos políticos de los demás. Con el debido respeto a buena parte del pensamiento postmoderno que, en este sentido, no se asemeja más que a un ingenuo libertarianismo romántico, la autorrealización cultural no es un bien absoluto en sí mismo, si, por ejemplo, un caso particular de ésta amenaza el marco democrático que asegura dichos derechos para todo el mundo. También en este sentido, la política está por encima de la cultura.

1 comentario:

  1. Lo del Terry este es perfecto y vale para todos los nacios. A ver si lo leen y piensan por si mismos y no como masa nazional.

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