Terminaba mi “entrada” de ayer Populismo (I) con la siguiente frase:
“…en estas estamos cuando llegan los populistas hablando de
transversalidades, de “políticas de país” de “los de arriba y los de abajo”
(división adecuada para el fornifollicio y poco más) y de construir sujetos
políticos “sin pertenencia material compartida” y otras sandeces, sobre las que
volveré luego que se me ha hecho tarde.”
La expresión errejonesca de “sujetos políticos sin
pertenencia material compartida” me hace recordar los días de la última campaña
electoral de Junio de 2016 en la que no pasaba día sin que Don Pablos, el
Buscón, no nos ofreciera un aspecto nuevo de su poliédrica personalidad
política: Hoy se declaraba socialdemócrata aunque ayer destacaba factores
positivos en el peronismo, sin perjuicio de que semanas atrás tomara un párrafo de
una carta de Carlos Marx a su amigo el Dr. Kugelmann en la que le comentaba los
sucesos ocurrido en la Comuna parisina y
sentenciaba que “El cielo se toma al asalto”. En otras palabras, Iglesias,
Errejón, la Pasionaria del siglo XXI en funciones de Primera Dama etc rechazan
la idea marxista de que el motor de la historia es la lucha de clases, todavía
más, no creen que existan clases sociales a efectos políticos ya que los nuevos
sujetos de acción para la conquista del poder no compartirán su pertenencia a grupos
humanos en el proceso productivo y/o de reproducción del mismo.
Recuerdo que en los días citados don Iglesias manifestó su
apoyo a los taxistas que estaban en contra de la pérdida del monopolio en el
transporte urbano e interurbano de personas a manos de “plataformas digitales”
que posibilitan el compartir el vehículo. Ese apoyo a los profesionales del
taxi trajo a mi memoria un chiste de cuando Aznar ganó, por minoría, sus
primeras elecciones, mientras cocinaba un acuerdo con Pujol para que siguiera
medrando en su satrapía a cambio de apoyo parlamentario y luego la guerra de
Irak. El chiste era de Forges y en su viñeta aparecían dos individuos con
aspecto de militar en el Partido Popular que hablaban sobre la investidura de
Aznar. Uno de los personajes se quejaba
de la soledad del PP mientras que el otro vaticinaba un Gobierno de coalición.
El primero mostró su sorpresa y quiso saber con quién se coaligarían, a lo que
el segundo respondió: Con los taxistas. Ni que decir tiene que me consta que no todos
los taxistas son de derechas, de esos que arreglan todo en “dos patadas” o en
un “plis plas”.
Volvamos al hilo argumental no sin antes traer a colaciones a
tres autores que también, como Podemos, entienden que la dicotomía social a efectos políticos no es
derecha-izquierda, sino algo tan erótico como el arriba-abajo, con alternancia, por supuesto.
Veamos a estos autores:
1.
El fin de la Historia y el último hombre (The End of History and the
Last Man) es un libro de Francis
Fukuyama de 1992. Fukuyama expone una polémica tesis: la Historia, como
lucha de ideologías, ha terminado, con un mundo final basado en una democracia
liberal que se ha impuesto tras el fin de la Guerra Fría.
2.
En
"El fin de las ideologías",
Daniel Bell teorizó acerca del
final de la dialéctica de la historia y la aparición del pensamiento único. La
historia y las ideologías ceden ante la implantación universal de la democracia
y de la economía de mercado.
3.
Gonzalo Fernández de la Mora, Ministro de Obras Públicas del
régimen franquista, publicó El
crepúsculo de las ideologías (1965), obra en la que defendía que las
ideologías, en tanto que consideradas como formas primitivas de racionalidad y
culpables del enmascaramiento y falseamiento de la realidad, serían sustituidas
por la racionalidad plena, simbolizada en la tecnocracia y la racionalidad
científica propias de la sociedad del bienestar que ya se estaba viviendo en
España dentro del denominado «desarrollismo».
Obvio resulta aclarar que no comparto las tesis de estos tres
autores a los que se les ve el plumero de “derechas”, vamos, que no cuela eso del fin de las ideologías.
También en lo que de siempre se ha llamado “la izquierda” hay autores que en
buena medida siguen el mismo camino. De entre ellos destaca con luz propia el
teórico del Populismo, Ernesto Laclau, que aporta a la ciencia política un
concepto nuevo: “La forma populista” (Menos mal que no le ha llamado “El modo
populista” y ya tendríamos otro “modo” para acompañar al “modo avión” de los
teléfonos portátiles).
La “forma populista”, sostiene Errejón, “es
aquella que reordena el campo político mediante un discurso que construye el
“pueblo” como la mayoría política
nucleada en torno a un grupo subalterno, y opuesta al régimen existente, o a
los resabios del viejo establishment una vez conquistado el poder político. De
la definición de este grupo subordinado y la naturaleza de su subordinación
–económica, étnico-cultural, políticoadministrativa, etc.– dependerá pues el
carácter ideológico de cada construcción populista: la naturaleza del
“nosotros” y el horizonte de liberación propuesto.
En ese sentido, la tautología “populista es el que interpela
al pueblo” sólo cobra sentido si se especifica que:
1. Ningún pueblo preexiste a su nominación, sino que es
construido discursivamente a partir de
elementos preexistentes elevados a la categoría de definidores del “nosotros”. Esta
es una operación netamente política, y constituye el paso primero y fundamental
de toda movilización: la construcción del nosotros.
2. La interpelación al pueblo es política en tanto es
conflictiva, esto es, en tanto su frontera constitutiva lo opone a la
“oligarquía”, las “élites”, “la capital centralista” o “el sistema”. En este
sentido la construcción populista es principalmente una ruptura del orden
establecido, una reasignación de lugares e identidades que desbarata la institucionalización
de sentido operada por el régimen existente en lo que Rancière denomina “labor
de policía”. Esta es la segunda tarea central en toda ruptura del orden constituido:
la construcción del ellos.
3. La construcción dicotómica siempre se hace desde fuera del
orden existente. Este “afuera” puede ser institucional, económico o étnico,
pero es siempre el llamamiento de un outsider –o al menos de alguien que se proclama
como tal– a refundar las estructuras políticas existentes. El tercer paso de
toda movilización populista es, siempre, la convocatoria refundacionalista en términos de Gerardo Aboy:
la realización de los cambios que
adecuen las instituciones al “país real”, precisamente construido en su propia movilización.
4. La movilización es sustancialmente diferente de la
canalización de las demandas individuales o grupales por vías institucionales,
y requiere la saturación de éstas por una acumulación de demandas insatisfechas
que evidencien la necesidad de la confrontación política para la realización de
los objetivos de la mayoría social frustrada. La construcción populista es, en
este sentido, siempre antiinstitucional. Por más que se pueda valer de las instituciones
de representación, apela a una legitimidad que emana en otro lugar: es tan
grande como amplio y cohesionado sea el “nosotros” por el que dice hablar.
Hechas estas precisiones, el uso del término “populismo”
puede problematizarse bajo una luz distinta, que arroja así sombras antes
inadvertidas. El vaciamiento del término y su generalización como
descalificación podrían entonces no ser inocentes, un mero resultado de un abuso
inintencionado del término.
El discurso que interpela directamente a un grupo excluido
del statu quo existente en tanto que corazón de un pueblo al que se llama a despertar
ha sido cargado de connotaciones negativas: demagogia, milenarismo, caudillismo:
principal y centralmente antidemocrático.
La acepción dominante del término “populismo” es así heredera
de una concepción de cuño liberal que desconfía profundamente de la participación
política de masas y ve en ella una amenaza de la que el régimen democrático ha
de guardarse mediante instituciones de control y balance. Tampoco es éste el
lugar para profundizar esta discusión, pero conviene advertir frente a los
intentos de despojar a la democracia de su veta más interesante: la del
ejercicio permanente de autoinstitución de masas.”
Fin de la cita.
Una primera conclusión es la
siguiente:
El Populismo es una ideología de aluvión, de “picoteo”. Toma del leninismo lo de “grupo
subalterno” (queda mucho mejor lo de las Vanguardias), admite a duras penas la
democracia representativa de corte liberal, pretende desconocer algo tan
evidente como las clases sociales y sus ideologías (¿O no existe una ideología
dominante que determina y condiciona la actividad social, familiar, económica y
política de los ahora llamado “de abajo”?), propugnan una inviable "democracia directa", osan ignorar que las relaciones
productivas determinan la ideología y nos remiten, en segunda instancia, al líder
carismático y lo peor de todo: la mendacidad. Relean el programa político que
presentaron en las elecciones del 26-6-16 e interróguense sobre la necesidad o
no de alforjas para un viaje socialdemócrata de mínimos.
To be continued.
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