Todos años desde 2011
en que escribí la primera versión, reproduzco el 14 de abril un texto sobre
Nacionalismo. Este año, por razones que no es el caso traer a colación no lo
he hecho, así que, con algo de retraso helo aquí.
Para exponer mi punto de vista sobre el Nacionalismo no voy a
recurrir al manido recurso de traer a colación a los clásicos (Marx, Rosa
Luxenburg etc) ni a los modernos (Gellner, Hobsbawn etc), creo que sobre
nacionalismo está escrito casi todo y mis aportaciones personales no serían
otra cosa que mero trasunto de mis autores de cabecera, todo sin perjuicio de
que algún día recopile mis escritos sobre la materia y os los remita. Mis
argumentos van a ser de tipo coloquial, sin que todo sea anécdota ya que habrá
categoría, de tertulia de café, por lo que para empezar nada mejor que un viejo
chiste: “Se cuenta que Simón Pedro pregunto a Jesús: ¿Eres el hijo de Dios? A
lo que el interpelado contestó: Yo soy el que soy. Simón Pedro contestó, un
tanto cabreado: Maestro, si sigo contigo es por lo bien que te explicas”.
Recordé este viejo chiste al conocer lo afirmado por Jordi Pujol, en un discurso
ante sus enfervorizados seguidores: SOM LO QUE SOM Y VOLEM LO QUE VOLEM (somos
lo que somos y queremos lo que queremos). Resulta imposible, con menos
palabras, explicar la esencia intelectual del nacionalismo. La profundidad del
pensamiento pujolista es harto evidente y omito glosa alguna al respecto pero
como es posible que a algún lector se le escape, por profundo, el mensaje del
nacionalista catalán me parece conveniente y necesario hacer las siguientes
precisiones: A) La Nación es simplemente un tipo de clasificación social que se
resiste a la conceptualización racional ya que en su fundamentación aparecen
mitos, gestas, símbolos y toda clase de quincallería intelectual. B) La Nación
es sencillamente una comunidad imaginada, construida según el modelo de la
familia (maternal-femenina, paternal-viril) la etnia (los ancestros comunes) y
la religión, en tanto que comunidad (creencias, ritos y ceremonias) C) Que en
el momento histórico en que surgió el concepto en su acepción moderna, final
del s. XVIII, principios del XIX, tuvo un valor revolucionario ya que significó
nada menos que el relevo en la titularidad de la soberanía pero después devino
en fundamento de totalitarismos, entre otros desafueros.
Una de las ideas-fuerza
en la que pretenderse fundamentarse el nacionalismo es la identidad. El
RAE, en su segunda acepción establece que por tal debemos entender “el conjunto
de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracteriza
frente a los demás”. Tal y como nos enseñó Heráclito “nadie se baña dos veces
en el mismo rio” poniendo un ejemplo del cambio constante que se produce en la
naturaleza y por supuesto en el ser humano: la identidad física cambia con la
muerte celular y la creación de nuevas células –millones cada día. La identidad
mental no es la misma en la juventud que en la vejez y para qué hablar de la
identidad cultural, por definición en permanente evolución enriqueciéndose con
nuevas aportaciones y desterrando ideas y conceptos que el individuo considera
periclitados. Frente a este cambio de identidad individual los nacionalismos
nos ofrecen el culturalismo identitario, sagrado e inamovible que comporta
rechazo del “otro” y victimismo necesitado de un nacionalismo redentor que
devuelva a la nación cultural a sus esencias ancestrales para así conseguir la
condición de nación política –Estado propio-. En estos de tiempos de
postdemocracia (Crounch: su lectura es imprescindible), de destrucción
sistémica y sistemática de lo colectivo, de pérdidas de referentes familiares,
laborales e ideológicos aparece el refugio identitario como panacea para todos
los males, particularmente de los derivados de la globalización
económico-financiera: “Si tuviéramos un Estado propio, los problemas no existirían”
parecen decir los nacionalistas de nueva planta. En resumen: la identidad
étnica, religiosa, lingüística, gastronómica etc tiene la misma consistencia
intelectual que la que une a calvos, pelirrojos o divorciados como fundamento
para reivindicar convertirse en sujetos superiores de acción política, este es,
en Estados. La identidad, por consiguiente, debe ser tomada en consideración en
sus justos términos, como algo variable, cambiante, perecedero. En cualquier
caso poner el acento en aquello que separa a los humanos e ignorar todo lo que
de común tenemos me parece una estafa intelectual y un intento interesado del
“sistema” para obtener beneficios. Comparto la tesis siguiente: La herramienta
más útil jamás creada para estos fines (la reducción drástica de la población
mundial) es la ‘política de identidad’. [...] Lo ideal es que los individuos de
todo el mundo se identifiquen con fuerza con un subgrupo étnico, sexual,
lingüístico, racial o religioso. [...] El objetivo es potenciar la
fragmentación, poner de relieve las diferencias con los demás y crear guetos,
tengan o no base en la realidad o la tradición [...] las identidades se parecen
mucho a Dios, aunque no existieran seguirían siendo muy poderosas: tanto, que
la gente matará en su nombre. (Susan George: Informe Lugano). En el mismo
sentido se pronuncia el novelista franco-libanes Amin Maalouf en su obra
“Identidades asesinas” cuyo título me releva de cualquier comentario.
De todo lo anterior pretendo que se desprenda una conclusión:
los nacionalismos, todos, centrales y periféricos, del Norte y del Sur son una
forma de religión civil y participan del pensamiento mágico, irracional en
definitiva. Cualquier estudiante de filosofía sabe que hay dos clases de
pensamiento filosófico: el materialismo y el idealismo o irracionalismo. Nadie
que se reclame de izquierda puede ignorar esta división ni tomar partido por el
primero y en esta filosofía –nunca mejor dicho- es por la que no entiendo las
críticas que se hacen al discurso racional y la invocación de los elementos
afectivo-emocionales como fundamento, además, de un proyecto de transformación
política. Pues bien, de la misma manera que desde mi ateísmo militante respecto
a las personas con creencias religiosas siempre que éstas se mantengan en el
ámbito de lo privado, desde mi humanismo transnacionalista respeto las
diferencias, las identidades individuales siempre que éstas no invadan “lo
público”, lo que es común de todos los ciudadanos. Descender a “comprender” y
elevar a categoría política los sentimientos respecto del arroz a la paella,
las puestas de sol en la Costa Dorada o las cumbres pirenaicas, por poner
ejemplos aparentemente frívolos, me parece que es perder el norte político.
¿Qué tipo de identidad pretenden algunos bienintencionados que
construyamos? Nada menos que una republicana compartida por todos los
ciudadanos del España. Soy escéptico
respecto de la posibilidad de que los nacionalistas periféricos deseen, con un
mínimo de sinceridad, adherirse a un movimiento de las características
propuestas y la razón es evidente: Sabido es que la “nacionalización” española
llevada a cabo por el Estado en el siglo XIX fue débil, nada tuvo que ver con
la francesa (¿cuántos independentistas vacos y catalanes hay en Francia?) y de
aquellas lluvias unidas a las que trajeron las pérdidas de las colonias
vinieron los lodos nacionalistas. Aquel fracaso de nacionalización española se
ha vuelto a producir, vía error, al transferir la educación (principal
elemento, junto a la familia, de socialización) a las CC.AA. y así en la España
de hoy jóvenes de 15 años no saben el nombre del rio que pasa por Sevilla o
dónde está Oviedo. Los nacionalistas saben que en unos pocos años la generación
de emigrantes de los años 60/70 que vino a contribuir al desarrollo de
determinadas CC.AA. desaparecerá y los nietos de aquellos desconocerán sus
raíces y, piensan, se unirán al coro de victimistas.
En resumen, pretender “encajar” determinadas comunidades
donde los nacionalistas y sus terminales mediáticos meten ruido aunque la
mayoría de sus habitantes no compartan sus postulados, en un proyecto ibérico o
hispano es intento estéril como pretender convencer a un católico creyente y
practicante que eso de la Santísima Trinidad es un camelo.
El “invento” de las Comunidades Autónomas no ha funcionado:
redes clientelares, corrupción masiva, atropello de los derechos de las mayorías
no autóctonas en determinadas CC.AA. y finalmente intento de desestabilizar el
Régimen con la ayuda inestimable de los politólogos metidos a políticos que no
son otra cosa que revolucionarios de salón. En un mundo globalizado la única
revolución incruenta empieza por la Educación y la Cultura para que las gentes,
analfabetos políticos, adquieran capacidad de análisis y dejen de imitar a la clase dominante en sus gustos
y aficiones aunque, eso sí, sin dinero. Experimentos, ni con gaseosa, mucho
menos con champagne.
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