lunes, 2 de mayo de 2016

Nacionalismo identitario





Todos años  desde 2011 en que escribí la primera versión,  reproduzco el 14 de abril un texto sobre Nacionalismo. Este año, por razones que no es el caso traer a colación no lo he hecho, así que, con algo de retraso helo aquí.
Para exponer mi punto de vista sobre el Nacionalismo no voy a recurrir al manido recurso de traer a colación a los clásicos (Marx, Rosa Luxenburg etc) ni a los modernos (Gellner, Hobsbawn etc), creo que sobre nacionalismo está escrito casi todo y mis aportaciones personales no serían otra cosa que mero trasunto de mis autores de cabecera, todo sin perjuicio de que algún día recopile mis escritos sobre la materia y os los remita. Mis argumentos van a ser de tipo coloquial, sin que todo sea anécdota ya que habrá categoría, de tertulia de café, por lo que para empezar nada mejor que un viejo chiste: “Se cuenta que Simón Pedro pregunto a Jesús: ¿Eres el hijo de Dios? A lo que el interpelado contestó: Yo soy el que soy. Simón Pedro contestó, un tanto cabreado: Maestro, si sigo contigo es por lo bien que te explicas”. Recordé este viejo chiste al conocer lo afirmado por Jordi Pujol, en un discurso ante sus enfervorizados seguidores: SOM LO QUE SOM Y VOLEM LO QUE VOLEM (somos lo que somos y queremos lo que queremos). Resulta imposible, con menos palabras, explicar la esencia intelectual del nacionalismo. La profundidad del pensamiento pujolista es harto evidente y omito glosa alguna al respecto pero como es posible que a algún lector se le escape, por profundo, el mensaje del nacionalista catalán me parece conveniente y necesario hacer las siguientes precisiones: A) La Nación es simplemente un tipo de clasificación social que se resiste a la conceptualización racional ya que en su fundamentación aparecen mitos, gestas, símbolos y toda clase de quincallería intelectual. B) La Nación es sencillamente una comunidad imaginada, construida según el modelo de la familia (maternal-femenina, paternal-viril) la etnia (los ancestros comunes) y la religión, en tanto que comunidad (creencias, ritos y ceremonias) C) Que en el momento histórico en que surgió el concepto en su acepción moderna, final del s. XVIII, principios del XIX, tuvo un valor revolucionario ya que significó nada menos que el relevo en la titularidad de la soberanía pero después devino en fundamento de totalitarismos, entre otros desafueros.

Una de las  ideas-fuerza  en la que pretenderse fundamentarse el nacionalismo es la identidad. El RAE, en su segunda acepción establece que por tal debemos entender “el conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracteriza frente a los demás”. Tal y como nos enseñó Heráclito “nadie se baña dos veces en el mismo rio” poniendo un ejemplo del cambio constante que se produce en la naturaleza y por supuesto en el ser humano: la identidad física cambia con la muerte celular y la creación de nuevas células –millones cada día. La identidad mental no es la misma en la juventud que en la vejez y para qué hablar de la identidad cultural, por definición en permanente evolución enriqueciéndose con nuevas aportaciones y desterrando ideas y conceptos que el individuo considera periclitados. Frente a este cambio de identidad individual los nacionalismos nos ofrecen el culturalismo identitario, sagrado e inamovible que comporta rechazo del “otro” y victimismo necesitado de un nacionalismo redentor que devuelva a la nación cultural a sus esencias ancestrales para así conseguir la condición de nación política –Estado propio-. En estos de tiempos de postdemocracia (Crounch:   su lectura es imprescindible), de destrucción sistémica y sistemática de lo colectivo, de pérdidas de referentes familiares, laborales e ideológicos aparece el refugio identitario como panacea para todos los males, particularmente de los derivados de la globalización económico-financiera: “Si tuviéramos un Estado propio, los problemas no existirían” parecen decir los nacionalistas de nueva planta. En resumen: la identidad étnica, religiosa, lingüística, gastronómica etc tiene la misma consistencia intelectual que la que une a calvos, pelirrojos o divorciados como fundamento para reivindicar convertirse en sujetos superiores de acción política, este es, en Estados. La identidad, por consiguiente, debe ser tomada en consideración en sus justos términos, como algo variable, cambiante, perecedero. En cualquier caso poner el acento en aquello que separa a los humanos e ignorar todo lo que de común tenemos me parece una estafa intelectual y un intento interesado del “sistema” para obtener beneficios. Comparto la tesis siguiente: La herramienta más útil jamás creada para estos fines (la reducción drástica de la población mundial) es la ‘política de identidad’. [...] Lo ideal es que los individuos de todo el mundo se identifiquen con fuerza con un subgrupo étnico, sexual, lingüístico, racial o religioso. [...] El objetivo es potenciar la fragmentación, poner de relieve las diferencias con los demás y crear guetos, tengan o no base en la realidad o la tradición [...] las identidades se parecen mucho a Dios, aunque no existieran seguirían siendo muy poderosas: tanto, que la gente matará en su nombre. (Susan George: Informe Lugano). En el mismo sentido se pronuncia el novelista franco-libanes Amin Maalouf en su obra “Identidades asesinas” cuyo título me releva de cualquier comentario.

De todo lo anterior pretendo que se desprenda una conclusión: los nacionalismos, todos, centrales y periféricos, del Norte y del Sur son una forma de religión civil y participan del pensamiento mágico, irracional en definitiva. Cualquier estudiante de filosofía sabe que hay dos clases de pensamiento filosófico: el materialismo y el idealismo o irracionalismo. Nadie que se reclame de izquierda puede ignorar esta división ni tomar partido por el primero y en esta filosofía –nunca mejor dicho- es por la que no entiendo las críticas que se hacen al discurso racional y la invocación de los elementos afectivo-emocionales como fundamento, además, de un proyecto de transformación política. Pues bien, de la misma manera que desde mi ateísmo militante respecto a las personas con creencias religiosas siempre que éstas se mantengan en el ámbito de lo privado, desde mi humanismo transnacionalista respeto las diferencias, las identidades individuales siempre que éstas no invadan “lo público”, lo que es común de todos los ciudadanos. Descender a “comprender” y elevar a categoría política los sentimientos respecto del arroz a la paella, las puestas de sol en la Costa Dorada o las cumbres pirenaicas, por poner ejemplos aparentemente frívolos, me parece que es perder el norte político.

¿Qué tipo de identidad pretenden algunos bienintencionados que construyamos? Nada menos que una republicana compartida por todos los ciudadanos del España. Soy  escéptico respecto de la posibilidad de que los nacionalistas periféricos deseen, con un mínimo de sinceridad, adherirse a un movimiento de las características propuestas y la razón es evidente: Sabido es que la “nacionalización” española llevada a cabo por el Estado en el siglo XIX fue débil, nada tuvo que ver con la francesa (¿cuántos independentistas vacos y catalanes hay en Francia?) y de aquellas lluvias unidas a las que trajeron las pérdidas de las colonias vinieron los lodos nacionalistas. Aquel fracaso de nacionalización española se ha vuelto a producir, vía error, al transferir la educación (principal elemento, junto a la familia, de socialización) a las CC.AA. y así en la España de hoy jóvenes de 15 años no saben el nombre del rio que pasa por Sevilla o dónde está Oviedo. Los nacionalistas saben que en unos pocos años la generación de emigrantes de los años 60/70 que vino a contribuir al desarrollo de determinadas CC.AA. desaparecerá y los nietos de aquellos desconocerán sus raíces y, piensan, se unirán al coro de victimistas.

En resumen, pretender “encajar” determinadas comunidades donde los nacionalistas y sus terminales mediáticos meten ruido aunque la mayoría de sus habitantes no compartan sus postulados, en un proyecto ibérico o hispano es intento estéril como pretender convencer a un católico creyente y practicante que eso de la Santísima Trinidad es un camelo.
El “invento” de las Comunidades Autónomas no ha funcionado: redes clientelares, corrupción masiva, atropello de los derechos de las mayorías no autóctonas en determinadas CC.AA. y finalmente intento de desestabilizar el Régimen con la ayuda inestimable de los politólogos metidos a políticos que no son otra cosa que revolucionarios de salón. En un mundo globalizado la única revolución incruenta empieza por la Educación y la Cultura para que las gentes, analfabetos políticos, adquieran capacidad de análisis y dejen  de imitar a la clase dominante en sus gustos y aficiones aunque, eso sí, sin dinero. Experimentos, ni con gaseosa, mucho menos con champagne.

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