sábado, 1 de marzo de 2014

Para que haya orden es menester clasificar.

El Diccionario de la RAE define el verbo “clasificar” en los siguientes términos: Ordenar o disponer por clases. El propio Diccionario nos dice que una de las acepciones de  “clase” es: Orden o número de personas del mismo grado, calidad u oficio.. (Obvio resulta decir que esa acepción de “clase”, tan conservadora ella, no es mi preferida, pero me sirva para los fines pérfidos y malévolos de esta “columnilla”).
El ser humano, por múltiples razones (estudio, análisis sociológico y/o político etc) clasifica a los miembros de su  especie con arreglo a distintos criterios, por ejemplo: el sexo: hombres y mujeres, la edad: jóvenes y viejos, la estética: guapos y feos, lugar de nacimiento: nacionales (¿) y extranjeros,  cantidad de cabello que adorna su cabeza: calvos o melenudos,  estatura: altos y bajos, etc. , color del pelo, rubios, morenos y pelirrojos. Los que viven en los pisos 2º C de todos los edificios y los que lo hacen en otras plantas.  Las clasificaciones tienen un valor e importancia indudables y si se me permite la referencia personal diré que en plena adolescencia (allá por cuando Franco, que diría Umbral) leí  en un libro prohibido (que morbo maravilloso eso de la transgresión de las normas del “orden establecido”) leí, digo, que los seres humanos (entonces se decía, los hombres..) se dividen en dos grupos, a saber, los que creen que un dios han creado al hombre y los que creen que es el hombre el que ha creado a dios. Me di en pensar sobre el asunto, leí “lo que no está escrito”, reflexioné e hice mi particular catarsis. Conclusión: desde entonces soy ateo. Otro tanto cabe decir respecto de lo que nos enseñaban en aquella asignatura (sic) llamada Formación del Espíritu Nacional en la que quedaba  claro que los “buenos”  éramos “nosotros” y los “malos” los demás, los tontos útiles, los pagados por el oro de Moscú, los del contubernio judeo-masónico y en este plan. Igualmente “me di” en leer, descubrí el liberalismo político y a fuer de liberal me hice marxista (como dijo Manolo V el Empecinado o Sixto Cámara y el que no sepa a quien me refiero que “se joda” como rebuznó la niña de Fabra, -Adrianita, señora de Guelmes el niño bonito de Espe- el de los aeropuertos, en el Congreso cuando se perpetró la Reforma Laboral). Todos los nacionalismos son iguales: la culpa de sus desgracias es de los "otros" y esto vale para los nacionalismos dictatoriales y para los formalmente democráticos (o son los mismo? No, rotundamente no, no sea que me demanden los guardianes de las esencias, o, bien pensado, seguro que me divertiría volviendo a vestir la toga.
 De todo lo cual se colige (estoy hoy que me salgo¡¡) que las clasificaciones son importantes. Todas igualmente importantes.  Permiten saber quiénes son los “nuestros” (¡¡A tierra que vienen los nuestros ¡¡ gritó desaforado Pio Cabanillas, “mano izquierda” de Manolo Fraga) y como yo nunca he sido de los “nuestros” me puedo permitir hartarme de reír viendo y oyendo a zascandiles de la política como Floriano, Flor de Otoño, (¡¡que ojos¡¡ ¡¡que mirada¡¡ ¡¡Madre del Amor Hermoso¡¡) Quico Homs , Garbancito (¡¡Que elocuencia¡¡ ¡¡Que  poderío¡¡ ¡¡Que enjundia¡¡) o la sin par Señora Martinez, doña Pilar R. cortesana hagiógrafa del reino artúrico (¡¡Que coherencia intelectual¡¡ ¡¡Que rigor expositivo¡¡ ¡¡ Que mesura expresiva¡¡ o ese dúo de intelectuales orgánicos y presuntamente apesebrados que responden a los nombres, respectivamente de Mikimoto (¡¡manda guevos¡¡) y T. Soler el cazacolaboracionistas. Sobre esta pareja de hecho (diferencial, claro está) cedo la palabra a ese polígrafo (vamos, que escribe sobre diversas materias no se le vaya a confundir con un “chisme” que aparece en los programas televisivos “del cuore”) polígrafo, digo, llamado Gregorio Morán, agudo intelectual y excelente escritor que, en una “Sabatina” de La Vanguardía escribía:
“Fíjense si lo nuestro será de chiste que los dos encargados para los fastos que nos amenazan el próximo año 2014 son dos humoristas, Mikimoto, conocido intelectual que al parecer lleva un año, aseguran los expertos, ¡estudiando historia en Estados Unidos! Y Toni Soler, de quien admito desconocer casi todo, incluso saber si ha escrito algo en su vida.”

Alguna de esas clasificaciones carecen de relevancia, a efectos políticos: Alopécicos y melenudos, morenos o pelirrojos, por ejemplo. Otras, como la que se hacía en el  “ancien regime” , antes de la Revolución Francesa, basada en el lugar de nacimiento han perdido su razón de ser: No existen los franceses, si no ciudadanos  de Francia, de Italia, de Alemania, de Cataluña, de Matadepera o de Matalucillos del Monte. Me explico: En Cataluña, por ejemplo, la ciudadanía está formada por (el orden expositivo no supone prioridad o grado de calidad alguno) personas que han nacido en esta Comunidad Autónoma. Otros que, procedentes de otros territorios de España (lo de Estado Español es cosa de indocumentados) al llevar más de 10 años viviendo en Cataluña adquieren, de oficio, la “vecindad civil” catalana.  Otros que llevando menos de 10 años de residencia están empadronados en cualquier municipio catalán. Personas que habiendo nacido en países distintos de España han adquirido la nacionalidad española y ahora residen en Cataluña. Todos estos ciudadanos si son mayores de edad, y no están incapacitados judicialmente,  gozan de todos sus derechos civiles y son, quieran o no, tengan trabajo o estén jubilados o en el paro,  ciudadanos de Cataluña, a los que se refería Tarradellas cuando volvió, traído por la burguesía catalana para desactivar a la izquierda. En otras palabras, hay mucho estulto que afirma, sin rubor ni pudor alguno que “Son catalanes los que viven y trabajan  en Cataluña y, además, quieren serlo” ¡¡Y mis cojones claveles¡¡, la definición de marras no se aguanta ni jurídica y políticamente pero, claro está, si se admite mi tesis –la de la ciudadanía en posesión de derechos civiles, esa milonga del “pueblo catalán” carece de sentido.
De lo anterior se desprende, racionalmente, que  si la “identidad” que algunos memos encuentran entre los nacidos en un mismo territorio, dejando de lado la clase social a la que pertenezca cada uno (¡¡Viva la transversalidad¡¡), tiene la misma enjundia y calado que la que poseen entre sí los calvorotas o los pelirrojos, los piernas que viven del rollo nacionalista harán bien en buscarse otra mamandurria
 Volveré sobre el tema y, como es lógico hablaré sobre el  “volksgeist” . ¿Que qué es eso? Leed a Hegel o en su defecto pedirle a un conocido que sea nacionalista un ejemplar de “Mi lucha” que seguro que lo tiene, es una obra de “culto”.

Hasta luego y besitos a los niños.

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