Sabido es que la sedicente izquierda había conquistado “la
calle” y los municipios en las primeras elecciones democráticas (sic) que se
celebraron –es un decir- tras la muerte del Dictador Franco (ese genocida que
no permitió que los niños recibieran la enseñanza en la lengua de sus padres,
que controlaba y censuraba todos los medios de comunicación, que apesebraba a
los sindicatos, que expedía carnets de patriotas, que reindustrializó Cataluña
con la aviesa intención de acabar con la
lengua catalana mediante el maquiavélico procedimiento de desplazar a esta
tierra de acogida a ingentes masas de castellanohablantes, etc). Pues bien, las
oligarquías, tanto mesetaria como catalana, buscaron y encontraron un
procedimiento para neutralizar el avance la izquierda. Como la correlación de
fuerzas les era francamente adversa pusieron el foco en otro eje, aparentemente
ajeno a la lucha de clases: el catalanismo transversal o empleando terminología
de Francis Fukuyama: El fin de la historia. Ya todos somos ricos, guapos y de
follar ni te cuento. En esas estamos.
El hombre elegido para pilotar el experimento fue Josep
Tarradellas, sujeto que decía ser President de La Generalitat y que vivía en
Francia (perdón, en El Estado Francés) a cargo de algunos industriales
catalanes de esos que ponen una vela a dios y otra al diablo, otra a Franco y
una cuarta a los “cupos” de importación.
Total que Tarradellas (al que en su día se le homenajeó
poniendo su nombre a una avenida en Barcelona y que, recuerdo, un gracioso
añadió en plan grafitero “carrer de un Vell cabró”) Tarradellas, digo, era un
político republicano y por tanto con más conchas que un galápago al que, sin
duda los pujoles, los Raventós de la época de debían producir grima y como
sabía dónde estaba el Poder emprendió el retorno a Cataluña haciendo escala en
Madrid, circunstancia que fue criticada por los pardillos de turno, guardianes
de las esencias a lo que él, con sorna adujo: “Los catalanes no gobernamos
desde hace 300 años y en Madrid saben de eso más que nosotros”. Por aquel
entonces el memo de turno intentó la frase “Acuerdos Suarez-Tarradellas”. Debe
ser el mismo cretino que ha puesto en circulación esa idiotez del “choque de
trenes” o la del “encaje de Cataluña en España”. Delirante.
Tarradellas era un tipo listo y cuando llego a la Plaza de
Sant Jaume, sede de la Diputación de Barcelona saludó a la multitud con un “Ja
soc aquí, ciudatans de Catalunya”. No habló de catalanes, ni de pueblo catalán
ya que en Cataluña está habitada por ciudadanos, titulares de derechos y obligaciones
con independencia de que su lugar de nacimiento haya sido cualquier otra región
española. La ciudadanía es la realidad (Revolución Francesa), lo otro, ya sabéis,
son resabios feudales, premodernos, cosa de catetos.
En 1985 Tarradellas –ya exPresident- declaró al diario el País
que “Pujol debería dimitir por lo de Banca Catalana; es un dictador que dejará
un lastre muy grande”. ¡¡Joder con el viejo, qué ojo¡¡
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