Nación y nación catalana
[...] Pero nosotros no dudábamos, no. Nosotros veíamos el espíritu nacional, el carácter nacional, el pensamiento... nacional; veíamos el Derecho, veíamos la lengua; y de lengua, Derecho y organismo, de pensamiento y carácter y espíritus nacionales, extraíamos la Nación, esto es, una sociedad de gente que hablan una lengua propia y tienen un mismo espíritu que se manifiesta desnudo y característico por debajo de la variedad de toda la vida colectiva.
Y veíamos más: veíamos que Cataluña tenía lengua, Derecho, arte propios; que tenía un espíritu nacional, un carácter nacional, un pensamiento nacional; así pues Cataluña era una nación. Y el sentimiento de patria, vivo en todos los catalanes, nos hacían sentir que patria y nación eran una misma cosa, y que Cataluña era nuestra nación como también nuestra patria.
Si ser patria, si ser nación era tener una lengua, una concepción jurídica, un sentido propio del arte, si era tener espíritu, carácter, pensamiento nacionales, la existencia de la nación o de la patria era un hecho natural como la existencia de un hombre, independientemente de los derechos que le fueran reconocidos. [ ...]
La nación era nación aunque las leyes la sujetaran, como al esclavo romano, a otra nación, a la nación oficial, la nación privilegiada. El hombre era hombre aunque por ley no lo fuera; la nación es nación aunque por ley no lo sea. [...]
La Nación y el Estado
De esta manera, desaparecían en nuestro espíritu las confusiones que la imprecisión del lenguaje utilizado por todo el mundo hacían nacer en él.
El Estado quedaba en su fundamento diferenciado de la Nación, porque el Estado era una organización política, un poder independiente en el exterior, supremo en lo interior, con abundancia material de hombres y dinero para mantener su independencia y su autoridad. No podía identificarse uno y otro como se hacía casi siempre, incluso por los mismos patriotas catalanes que hablaban o escribían nación catalana con el sentido de Estado catalán independiente.
Polonia, Hungría, Grecia eran ejemplos contemporáneos que nos lo confirmaban. Polonia, al ser desmembrada, había perdido la organización política independiente, había dejado de ser un Estado; pero no había perdido la lengua, no había perdido el espíritu nacional, fuente fecunda de su individualidad. Grecia, antes de emprender la lucha heroica contra los turcos que la esclavizaban, tenía la misma lengua, el mismo espíritu nacional que pudo manifestar más libremente, cuando se constituyó en Estado. Y en nuestra casa nos encontrábamos con lo mismo. Cataluña siguió siendo Cataluña tras siglos de haber perdido el gobierno de sí misma.
Así llegamos a la idea clara y límpida de nacionalidad, a la concepción de esta unidad social, primaria, fundamental, destinada a ser en la sociedad mundial, en la Humanidad, lo que es el hombre para la sociedad civil.
Las relaciones de la Nación con el Estado, la tendencia de cada nación a tener un Estado propio que traduzca su criterio, su sentimiento, su voluntad colectiva; la anormalidad morbosa de vivir sujeta al Estado, organizado, inspirado, dirigido por otra nación; el derecho de toda nación a constituirse en Estado; la determinación del dominio propio del Estado nacional y del propio del Estado federal en las federaciones o Estados compuestos, todo manaba naturalmente: sólo hacía falta relacionar la nueva concepción con los principios de la ciencia política. […]
El espíritu nacional
Todas las escuelas y todas las corrientes científicas que, abandonando abstracciones artificiosas, volvían los ojos a la realidad y estudiaban directamente las sociedades tropezaban en seguida con lo mismo: todas encontraban finalmente una fuerza desconocida y poderosa que era la misma fuerza que aparecía engendrando el Derecho, la que hacía nacer las lenguas y las marcaba con un sello característico, la que creaba un arte original, la que hacía circular calor de vida por los tejidos del organismo social. Unos la llamaban "el alma del pueblo" otros " conciencia pública", muchos " espíritu nacional".
Los discípulos de Herbart, fundador de la psicología moderna, se encargaron de la bella tarea de estudiar el espíritu de las naciones y fundaron la Volkerpsychologie, o psicología de los pueblos, ciencia dirigida a estudiar el alma de las razas.
Los pueblos, según esta gran escuela, son principios espirituales. En vano se querrá dar una definición geográfica etnográfica o filológica.
El ser y la esencia del pueblo están, no en las razas ni en las lenguas, sino en las almas. La nacionalidad es, por lo tanto, un Volkgeist, un espíritu social o público.
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